- —¿Qué debe más dignamente optar el alma noble
- entre sufrir de la fortuna impía
- el porfiador rigor, o rebelarse
- contra un mar de desdichas, y afrontándolo
- desaparecer con ellas?
- Morir, dormir, no despertar más nunca,
- poder decir todo acabó; en un sueño
- sepultar para siempre los dolores
- del corazón, los mil y mil quebrantos
- que heredó nuestra carne, ¡quién no ansiara
- concluir así! Morir... quedar dormidos...
- Dormir... tal vez soñar!—¡Ay! allí hay algo
- que detiene al mejor. Cuando del mundo
- no percibamos ni un rumor, ¡qué sueños
- vendrán en ese sueño de la muerte!
- Eso es, eso es lo que hace el infortunio
- planta de larga vida. ¿Quién querría
- sufrir del tiempo el implacable azote,
- del fuerte la injusticia, del soberbio
- el áspero desdén, las amarguras
- del amor despreciado, las demoras
- de la ley, del empleado la insolencia,
- la hostilidad que los mezquinos juran
- al mérito pacífico, pudiendo
- de tanto mal librarse él mismo, alzando
- una punta de acero? ¿quién querría
- seguir cargando en la cansada vida
- su fardo abrumador?... Pero hay espanto
- ¡allá del otro lado de la tumba!
- La muerte, aquel país que todavía
- está por descubrirse,
- país de cuya lóbrega frontera
- ningún viajero regresó, perturba
- la voluntad, y a todos nos decide
- a soportar los males que sabemos
- más bien que ir a buscar lo que ignoramos.
- Así, ¡oh conciencia!, de nosotros todos
- haces unos cobardes, y la ardiente
- resolución original decae
- al pálido mirar del pensamiento.
- Así también enérgicas empresas,
- de trascendencia inmensa, a esa mirada
- torcieron rumbo, y sin acción murieron.
domingo, 1 de mayo de 2011
Sunday
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1 comentario:
Hamlet (L)
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